Once años atrás un grupo de oftalmólogos, ópticos y voluntarios, comenzó a gestar un sueño, un ideal de hacer del mundo un lugar un poquito mejor. Y emprendieron la marcha haciendo lo que mejor saben: ayudar a la gente con los problemas que puedan tener en la vista. El lugar elegido fue la Línea Sur, quizás por su gente, quizás por su realidad social, quizás porque siempre guarda ese tinte de nostalgia que en muchos casos, genera solidaridad.

Así surgió Cien caminos, una agrupación voluntaria y solidaria, que con sus propios medios y sin aportes gubernamentales, emprende cada dos o tres meses, una salida a algún paraje patagónico. Aún hoy, once años después de haber comenzado este proyecto, los voluntarios se sorprenden con la alegría que los reciben los pobladores, muchas veces olvidados por el Estado y la sociedad misma.

“En 2004, cuando llegué a Bariloche, comencé a atender a mucha gente que venía de pueblos y parajes rurales, con muchos problemas. Ahí comenzó la idea que de a poco fue tomando forma y hoy somos un grupo de amigos que llevamos adelante este proyecto”, relató a ANB, Santiago, uno de los oftalmólogos.

Los oculistas “trazaron una línea” en la provincia, para recorrer los lugares más alejados y con menos posibilidades de acceder a la salud pública. “No vamos a los pueblos grandes o ciudades que tienen hospitales de cabecera, sino que intentamos llegar a donde vive la gente que no puede ir al médico”, explicó Javier.

El grupo está compuesto por Ariel, Javier, Santiago, Julián, Matías y Juan Pablo, aunque siempre hay voluntarios nuevos que se suman a la iniciativa. “¿Hubo alguna historia que los marcó más que otras?”, pregunta ANB y los oftalmólogos parecen tener cientos para contar. Es que es difícil que cualquiera de las decenas de personas que atienden en cada lugar al que van, no sea un experiencia destacable. Sin embargo,destacan dos: ambos, hombres de campo, acostumbrados a trabajar con sus animales y que quizás nunca habían visto a un oculista. Los dos casos presentaban catarata, y practicamente, estaban ciegos. “Una cirugía que a nosotros nos toma media hora, que es rutinaria, y que al no tenerla al alcance, les había privado de la visión por años”, contó Javier.

La historia se repite. Son casos de miopía, cataratas o problemas tan simples, que en una ciudad donde hay hospitales, sanatorios y consultorios privados – sin olvidar las ópticas por doquier – parecen banales, pero que para la gente de campo es mucho más. Las distancias, que quizás no son tan grandes, pero se sienten más en la desidia de los Estados, hacen de un simple par de anteojos con aumento, un bien privilegiado.

Los rostros curtidos por el paso de la vida, los niños que juegan en sus tiempos libres pero que ya trabajan en el campo, la gente que aprecia la mano tendida para ayudar. Esas son las personas que los reciben, que los esperan, que con ansias ven llegar a los médicos que quizás de otra manera no verían.

El último viaje fue a Costa Ñorquinco, un pequeño paraje chubutense ubicado sobre el río del cual copia su nombre – o viceversa – ubicado a unos kilómetros de Ñorquinco, el pueblo que tiene unos 1500 habitantes. Llegaron a ese destino a través de la “abuela Gregoria Colemil”, oriunda de la zona, quien un día se acercó al Servicio Oftalmológico del Sanatorio San Carlos para comentar las necesidades que había en su comunidad. “El destino no tenía más opción que ser ese”, aseguran los voluntarios.

Llegaron a la zona a media mañana. La primera parada fue el hospital de Ñorquinco, donde tuvieron la posibilidad de conocer un poco más la realidad del lugar a través del director del nosocomio. Uno de los principales problemas que afecta a la salud pública en regiones como la Linea Sur es la distancia a la que viven los pobladores. Muchas veces son kilómetros recorridos a caballo, a pie o como puedan llegar, para ir al hospital. Para eso, en las zonas rurales se realizan más visitas médicas a domicilio. Es más sencillo – por difícil que sea – que llegue el especialista médico a la casa de alguna familia de campo, que las personas dejen sus hogares y quehaceres diarios para llegar al hospital.

Una vez interiorizados en los avatares, los oftalmólogos continuaron su viaje hasta el lugar donde ya los esperaban. En estos lugares, donde la señal de telefonía es sólo una frase lejana, el medio de comunicación por excelencia fue y es el servicio social de Radio Nacional. A través de ellos dieron aviso. Minutos después, “nos encontramos con las personas que ya nos estaban esperando en la Escuela 67, amén de los alumnos y maestros que ese día serían, ocasionalmente, pacientes”, relató Ariel, uno de los oftalmólogos que forma parte del grupo.

Los pobladores esperaban ansiosos, “felices por nuestra llegada y nosotros felices por poder realizar nuestro aporte”, remarcan y añaden que “estas experiencias permiten conocer muchas historias, muchas formas de vida distintas, muchas necesidades y, sobre todo, ayuda a entender que no solo la carencia hace a la necesidad, sino también el contexto”.

Las consultas, aunque para ellos ese no es más que un nombre formal dado que lo viven más como una forma de conocer las realidades que de otra manera, solo parecen lejanas y muchas veces, exageradas, no se hicieron esperar. Sólo ese día en Costa Ñorquinco, atendieron a 90 personas.

A la hora del mediodía, la cordialidad de la gente se traduce directamente en un cordero al asador, preparado exclusivamente para este grupo de voluntarios que quiso facilitar la vida de los pobladores, motivados específicamente por las ganas de ayudar.

Entrada la tarde, es hora de emprender la vuelta. “Dejamos asentado en una base de datos la mayor cantidad de información posible sobre cada una de los eventuales ‘pacientes’ que vimos, la cual compartimos con el director del hospital de Ñorquinco, no solo para tener conocimiento de algún tipo de patología aparente existente, sino también para tener algún tipo de censo sobre los pobladores del paraje”, explicaron.

Además, como intentan hacer en cada viaje, entregaron 20 pares de anteojos y trajeron 16 a Bariloche para ser graduados correctamente y vueltos a entregar a sus dueños. El póximo viaje está programado para junio, si la suerte los acompaña, aunque todavía no hay un destino definido. El grupo viaja por su cuenta, con vehículos particulares, aunque no olvidan agradecer la ayuda que suel prestar el hospital zonal, gente de la ciudad y algunos concejales.

Un aporte más, un “gramo” de ayuda, como dicen ellos, que significa mucho en la vida de las personas, sobre todo, cuando se sienten relegadas y olvidadas en muchos casos. “¿Que sentimos? Que con poco se puede hacer mucho. Pero la sensación más fuerte es que inexorablemente con más, se puede no tener límite”, finalizaron. (ANB)

http://www.anbariloche.com.ar/noticias/2016/05/14/53052-viajes-medicos-solidarios-un-gramo-de-ayuda-para-los-pobladores-de-la-linea-sur